lunes, 29 de diciembre de 2008

Los sabios de mueble bar

El otro día -para ser exactos: el 24 de diciembre- estando en medio de esa especie de fiestas que, por estas fechas, se montan, y donde todo el mundo -a partir de la «mayoría de edad»- finge ser simpático -por eso de ser consecuente con el «espíritu de las Navidades»-, concretamente en el local de la radio donde suelo pasar varias horas inventando programas que nunca llegan a salir al aire, o grabando anuncios que alguien se encarga luego de fastidiar, pude escuchar lo que nos decía un individuo. Éste se expresaba con gran seguridad y aplomo, y sentenciaba a la manera de los bustos parlantes que salen por la tele, es decir, hablaba con la gravedad de alguien que nos va a decir algo importante -aunque en realidad no tenga ni idea de lo que va a predicar-. El individuo nos contaba eso tan repetido de que las ideologías han muerto. Y lo afirmaba expresando su plena conformidad con esas defunciones. Pero, a reglón seguido, empezó a quejarse con amargura de la ineptitud de los cargos políticos, tanto de los que gestionan actualmente el ayuntamiento como el cabildo, sin olvidar, por supuesto, a los que se sientan en los sillones del Parlamento autonómico.

El silencio se fue apoderando de los que estábamos allí, y las charlas que manteníamos, a la manera española de conversar -es decir, saltando de un tema a otro sin continuidad posible, atendiendo poco a lo que dice el otro y hablando mucho- empezaron a cesar. Pero el silencio se fue imponiendo no porque lo que dijera el mencionado individuo fuera interesante, sino porque el tono, o volumen de voz, que estaba utilizando, iba subiendo en decibelios a medida que bajaba el peso de los «argumentos» que exponía.

Algunos optaron por desaparecer del lugar con la excusa de fumarse un cigarrillo, mientras otros -a decir verdad los menos- preferimos quedarnos con la esperanza de comprobar si, detrás de toda esa catarata ascendente de sonidos, se escondía alguna verdad que desconocíamos. Sin embargo, después de unos diez minutos de discurso cargado de tópicos y gestos histriónicos, no vislumbramos si había ninguna señal o indicio de verdad desconocida, y ya sólo quedaban unos pocos anfitriones intentando meter baza en aquel monologo que comenzaba a ser insufrible. Como ustedes podrán comprender, terminé uniéndome al grupo de los fumadores.

Cuando encendí el pitillo, y a raíz de lo escuchado, me vino a la memoria lo que había dicho recientemente mi amigo Pepe: «vivimos en una sociedad totalitaria, pero lo peor del caso es que la gente no se da cuenta, y ofrece su colaboración a los tiranos sin pedir nada, considerando normal cualquier abuso, sacrificando su libertad en aras de la paz social».

Le daba la razón, igual que recordaba lo que, en negro y sobre blanco, nos advertía Carlos Pinedo hace ya unos años: «La esencia del actual totalitarismo es su apoliticismo. Frente a la sociedad occidental, mundializada y única, humanitaria y economicista, ninguna revuelta es posible (....) La ideología única entra en el cerebro y cada uno es su propio censor y opresor» .
«El Sistema se basa en una forma despolitizada de dominio. El consenso social no es obtenido por vías coercitivas (políticas) o persuasivas (ideológicas), sino por la adhesión económica privada a un modo de vida, ya interiorizadas, a las que nadie está dispuesto a renunciar. Además, los individuos son autores de su propia alienación, pues la participación de éstos en los sectores de actividad tecno-económica en los que están fuertemente implicados dado su carácter hiperpragmático (consumo, ocio, profesión, redes administrativas) les lleva a que tengan interés en su mantenimiento».
«Esta sociedad mercantilista se basa en la idea de que no existen más que necesidades y deseos materiales individuales, siempre cuantitativos y capaces de ser satisfechos. Este totalitarismo economicista difunde un individualismo feroz»
.

Pero a pesar de todo lo dicho, y ser consciente de la parte de razón que llevan, yo me niego a secundar el axioma ese de que las ideologías han muerto. Y les aseguro que no es por empecinamiento infantil, sino porque algunos, aún, no hemos renunciado sencillamente a la facultad de pensar. Y frente a todo ese discurso omnipresente que pretende desmovilizarnos, algunos conservamos la esperanza de que otro mundo es posible. Es más: otro mundo es necesario. Por lo pronto, en las circunstancias actuales, nuestra única obligación es hacer frente a los «sabios de mueble bar» que intentan confundir o hastiar nuestros oídos con palabras vacías, destinadas, por su forma y contenido, a derrotar nuestros espíritus.

Por lo menos podemos arrancar una pequeña victoria si logramos resistir tales bombardeos de palabras necias que nos quieren empujar al darlo todo por perdido.

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